27 de agosto de 2012

Viajar en Metro

Con más de 8 millones de habitantes, 
la Ciudad de México,
es una de las tres poblaciones con mayor aglomeración humana. 
Según datos del 2011, en promedio transporta cerca de 3.0 millones de pasajeros al día.

Abrí los ojos, escuché las gotas de lluvia revotando sobre la lamina del patio y pensé <<tengo que irme antes>>. Regularmente salgo a las 7 a.m., pero es bien sabido que los días lluviosos convierte al metro en una tortuga, la gente se arremolina en los andenes, y si no sales con buen tiempo, segurito llegas tarde.

Se estaban cerrando las puertas cuando comencé a caminar al área de mujeres; en lo particular no me gusta ser de esas que corren para alcanzar a meterse, he observado que quien hace esto sólo va empujando a la gente que se atraviesa por su camino, sin distinción de niños, adultos o viejos.

Se abrieron las puertas y me orillé, si te colocas en el centro de la puerta lo único que se logra es entorpecer el ascenso y descenso de los usuarios; de lo contrario permitimos que los pasajeros bajen y una vez concluido esto es momento de ascender; pero creo que la minoría de las personas que usan el metro no comprenden esto.

Como pude subí para no tener que esperar el siguiente tren. Me coloqué en una de las orillas para permitir pasar a quienes bajaban en la siguiente estación. Claro nunca falta quien se queda en la mera puerta y baja hasta el final de la línea.

Llegamos a Guerrero, bajaron 3 y subieron 6, pero una mujer, relativamente joven, como de unos 40 años, en mala hora se le ocurrió decir <<Recorranse para que pueda entrar>>, nadie dijo nada, pero se puso a empujar a las chicas que estaban al ras de la puerta; con cada empujón sentía como se me clavaba el codo de la vecina, intentaba no plastar a las demás poniendo el brazo sobre la pared; entonces no aguante más, giré la cabeza y le grite: <<¿A dónde carajos quieres que nos movamos para que tu puedas entrar?¡Dime y me recorro con mucho gusto!>> Me miró con ojos de resentimiento, como yo si le hubiera robado su oportunidad de irse en el mismo vagon. <<Y deja de empujar que nos lastimas>> comentó otra pasajera.

No me sorprendió que fuera la única molesta por la acción realizada; pero estamos acostumbrados a no hablar, callar y no alzar la voz. Son reglas simples de viajeros, "orillate para permitir que bajen, después asciende", "si no bajas en la siguiente estación, quítate de la puerta","pide permiso para pasar"; son cosas simples y podríamos contribuir para mejorar nuestras experiencias.

Nunca está de más decir: "gracias, de nada, compromiso"; quien te vea decir esto con una sonrisa en la cara no se sentirá amenazado, y quizá lo haga con gusto.

Dice una cancion: "vivo en una ciudad sobre poblada y fría, me siento orgulloso de nacer aquí, pero no vivo feliz". Dejemos de ser fríos e indiferentes. Volvamos a saborear la simpatía, nunca está de más.